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Dra. Dominica Díez Marcet. Psicóloga Clínica. Responsable de la Unidad de Adicciones Comportamentales de la Fundación Althaia de Manresa

«La sobreexposición a las pantallas provoca alteraciones en el cerebro»

Marta Aragó
Marta Aragó Vendrell
Periodista. Coordinadora de contenido
SOM Salud Mental 360
Dominica Díez

Se habla mucho del efecto de las pantallas en los adolescentes y no tanto en la primera infancia, pero resulta que la franja de edad entre 0 y 6 años es la más vulnerable a la influencia del uso de las pantallas. ¿Por qué?

«Son más vulnerables porque estamos hablando de un cerebro en desarrollo que recibe, a través de las pantallas, una sobreestimulación visual y auditiva antes de que exista la madurez suficiente incluso para comprender qué está ocurriendo en esa pantalla. El aprendizaje está claro que no tiene sentido a través de una pantalla hasta los tres años. Cuando se han realizado estudios comparativos, el aprendizaje presencial pasa por delante del digital.

Pero, además, esta estimulación dopaminérgica hace que después el mundo natural resulte aburrido, porque no hay suficientes estímulos; pero si los niños se aburren es porque esto pasa factura en el ámbito neurológico. Los niños y niñas sobreexpuestos a pantallas tienen más irritabilidad, menos paciencia, toleran menos la espera, porque los procesos atencionales han quedado afectados por esta sobreexposición. Es decir, la sobreexposición a las pantallas en edades precoces incide en los procesos atencionales y del aprendizaje, si hablamos del ámbito cognitivo».

Aparte del ámbito cognitivo, también hablas de efectos nocivos para la salud emocional y el desarrollo físico. ¿Cuáles son estos efectos?

«Emocionalmente, como los estímulos que les llegan de las pantallas son tan atractivos, luego no tienen ganas de jugar; pero es mediante el juego simbólico que elaboran las emociones, que aprenden a representar los roles del adulto, que integran las normas sociales, que representan lo que les ocurre en la escuela... Por muy «nativos digitales» que sean, los niños y sus cerebros necesitan los mismos inputs presenciales de toda la vida.

Otro aspecto es la relación sostenida que los niños establecen con la persona adulta, cuando ésta también está enganchada a una pantalla.  Lo vemos en el parque, en el transporte público: los padres distraídos con las pantallas. Por tanto, la calidad de relación queda de algún modo fragmentada, y los niños necesitan esta atención sostenida justamente para facilitar estas conexiones cerebrales.

También afecta al aprendizaje de los mecanismos de autorregulación. Cuando un niño tiene una rabieta y lo distraemos con el móvil, o cuando los padres, por desconocimiento, intentan evitar el conflicto teniendo a los hijos permanentemente distraídos, esto es una solución inmediata, pero no le están dando recursos de autorregulación.

Por muy «nativos digitales» que sean, los niños y sus cerebros necesitan los mismos inputs presenciales de toda la vida

Y en cuanto a los efectos físicos, podemos hablar de alteraciones del sueño, dolor de cabeza, problemas visuales, problemas psicopatológicos, problemas  muscoloesqueléticos, obesidad... Hay que estar muy atento con el tema del sueño de los niños y velar por que sea un sueño de calidad, preservándolos de las pantallas antes de acostarse. Hoy en día, ni los niños ni los adolescentes duermen las horas necesarias y esto tiene una afectación emocional, en el aprendizaje y también en el sistema inmunitario.

La sobreexposición a las pantallas también está provocando un incremento de problemas de lenguaje en forma de retrasos y alteraciones. Ya existen estudios que nos indican una afectación neurológica en estas áreas cerebrales».

Pero, ¿qué se considera sobreexposición? ¿Podemos dejar el móvil a nuestro hijo o hija un ratito?

«En el Manifiesto sobre el uso de las pantallas para promover un desarrollo saludable en la primera infancia recomendamos que de 0 a 3 años no haya ninguna pantalla. Seguro que habrá estímulos distractores, como un televisor de fondo, pero pensamos que poner al niño ante una pantalla de forma intencionada antes de los tres años, para mirar una serie, por ejemplo, no es pertinente; no lo necesita, y si se acostumbra, después dejará de tener interés por jugar y por hacer otras cosas de forma presencial... De los 4 a los 6 años, se recomienda un máximo de 30 minutos diarios, acompañados, y no introducirlo como un hábito. De los 7 a los 12 años, hablamos de una hora al día, que es casi una fantasía, porque los estudios dicen que actualmente es cinco veces más».

¿No es una contradicción que nuestros niños no sean digitales en un mundo digital?

«Queremos que nuestros niños y niñas sean competentes en el ámbito digital; deben serlo para vivir en esta sociedad y tiene muchas ventajas. Pero en los primeros años de vida, para que el niño se desarrolle con normalidad, debe estar protegido de las pantallas.

A los niños se les valora permanentemente desde pequeños diciendo «mira cómo maneja los dispositivos digitales, mira cómo sabe pasar las pantallas». No es que sepa manejarlos, es que los niños son esponjas para generar su identidad y necesitan esta información de «cómo soy yo». Si le decimos que es bueno en esto, seguirá haciéndolo, porque le estamos reforzando esta idea. Todo esto no es inocuo.

En los primeros años de vida, para que el niño se desarrolle con normalidad, debe estar protegido de las pantallas

Esto no tiene nada que ver con que el niño sea competente digitalmente; ya lo será, claro que lo será. Además, que sepa jugar a videojuegos y que utilice las redes sociales no significa que sea competente digitalmente, porque debe tener capacidad crítica, debe saber discernir qué información es la prioritaria y cuál no».

Algunas de las propuestas que plantea en el Manifiesto para revertir esta situación hablan de sensibilización, de promover la concienciación social, de prevención... ¿Por dónde hay que empezar? ¿Por las familias?

«Sí, podemos ayudar a los padres a tener un plan familiar del uso de las pantallas en casa. Por ejemplo, a ponerse límites para poder ser un modelo para sus hijos. Pero lo más importante es que puedan acceder a esta información. Y esto va más allá de los cuatro profesionales que reivindicamos ese cuidado durante la primera infancia. Nuestros representantes políticos deben generar políticas activas para proteger a las familias, políticas que vengan desde arriba y que cuestionen, por ejemplo, la industria del videojuego y de las redes sociales. Es necesario llevar a cabo campañas preventivas donde hay familias, anuncios en los transportes públicos, en las redes sociales, en la televisión, por ejemplo. Podríamos utilizar las pantallas para poner píldoras informativas, mensajes de salud que digan: «Aconsejamos no exponer a los niños menores de tres años a las pantallas, poner límites a la edad, hacer una introducción progresiva...».

¿Y en la escuela? ¿Crees que deben utilizarse las pantallas para ayudar en el aprendizaje?

«La tecnología es una herramienta al servicio de las personas, pero no debe ser un sustituto de la pedagogía. En este sentido, creemos que las aulas de  P3, P4 y P5 no deben tener pantallas, porque debemos protegerlos durante estos primeros años. Más adelante van a adquirir competencias digitales, pero siempre mediante la educación presencial, y utilizando las pantallas como un complemento. Y lo que yo no dejaría es que hubiera móviles en los institutos hasta el bachillerato, pero eso no quiere decir que no tengan que utilizarse pantallas con fines educativos. Debemos conocer qué efectos están causando las pantallas con uso recreativo, y ese uso no debe comportar una interferencia en el aprendizaje».

Hemos hablado del uso dañino de las pantallas en la primera infancia, pero no hemos entrado a hablar de los problemas de adicción que pueden comportar. ¿Puede haber una adicción a las pantallas antes de los seis años? ¿Es algo que ocurra?

«El término “adicción” a veces se utiliza muy a la ligera. Yo sería muy cauta en poner la palabra «adicto». Yo creo que el niño es una fuente inagotable de bienestar y de salud si le facilitamos las condiciones. Si un niño está enganchado al móvil y se lo sacamos, y hace la rabieta unos días y no se lo damos, si no ha sido algo continuado en el tiempo, fácilmente se puede recuperar. De hecho, lo estamos viendo. Pero debemos ponerle las condiciones, y eso significa ofrecerle alternativas de ocio saludables: jugar, dibujar, correr, relacionarse con otros niños... Ahora bien, si dejamos que un niño esté mucho rato con las pantallas, estamos ayudando a que su cerebro sea mucho más vulnerable». 

¿Esto significa que cuando hay una sobreexposición a las pantallas en la infancia es más fácil que se desarrollen problemas en la adolescencia? 

«En función de cómo ha persistido en el tiempo esta sobreexposición, puede dejar más o menos secuelas. Si a un niño lo acostumbramos a comer siempre con una pantalla y cuando hace una rabieta le damos el móvil y le privamos de estar expuesto a sus emociones y a los altibajos, no desarrollará la capacidad de afrontar las dificultades de la vida. Quizás después, si le quitamos las pantallas, dejará de estar enganchado, pero ya no tendrá los mismos recursos de punto de partida que otro niño que ha hecho las actividades propias de esta edad. Y lo mismo ocurre con la adolescencia: las secuelas dependerán del tiempo de exposición, pero habrá varias áreas que habrán quedado más afectadas que las de otra persona que ha estado más protegida.   

La sobreexposición a las pantallas está pasando factura en el ámbito cognitivo, en la salud emocional y en el desarrollo físico de los niños y adolescentes.

Faltan más estudios longitudinales para ver el efecto de estos «nativos digitales / huérfanos presenciales». Pero, por ejemplo, se ha realizado un estudio en Estados Unidos con chicos y chicas de 12 y 13 años a lo largo de tres años en el que se ve la afectación neurológica en los adolescentes que están más horas conectados a las redes sociales. Ya se está viendo que la sobreexposición a los videojuegos o a las redes sociales afecta a los núcleos que tienen que ver con la regulación de las emociones, aparte del córtex prefrontal, donde están las funciones ejecutivas: planificación, organización, saber discriminar lo importante de lo secundario....  Si deja esa huella en el cerebro, pues imagínate si ya estamos exponiendo a estos niños desde pequeños, cuando sabemos que durante los tres primeros años se triplican todas las conexiones cerebrales». 

Cuando el uso excesivo de las pantallas se convierte en adicción, ¿acostumbra a haber un problema de salud mental asociado? ¿Qué se da primero?

«Es causa-efecto. Yo lo que veo es que niños y adolescentes que no tenían ningún problema previo, sólo por estar expuestos muchas horas a contenidos no apropiados en las pantallas ya desarrollan problemas: baja autoestima, más ansiedad, dificultades de afrontamientos en la vida cotidiana, depresión... Pero factores de vulnerabilidad de la persona pueden hacer que se pueda enganchar más a las pantallas. Por ejemplo, niños más introvertidos que obtienen un reconocimiento en el juego que no tienen en la vida real, lo que les hace subir la autoestima. O los niños con TDAH, que cuando están jugando a videojuegos les baja la serotonina, pero jugar muchas horas les incrementa la falta de atención. También se ha visto que el sobreuso de pantallas incrementa algunas características de los niños con autismo, pero al mismo tiempo para ellos es un medio de relación que no se puede eliminar de golpe, que debe regularse. Así pues, la sobreexposición es causa y consecuencia. Lo que hay que hacer en todos estos casos es limitar su uso».    

En los últimos meses ha habido un incremento de informaciones muy alarmistas sobre las consecuencias del uso de las pantallas, sobre todo en la adolescencia. ¿Debemos alarmarnos? ¿Estamos en un momento realmente preocupante y no estamos haciendo nada para remediarlo? 

«Los discursos alarmistas sólo llevan a un discurso del miedo. Está bien que haya una alerta, pero para reubicar las cosas. No creo que debamos promover un fanatismo de «no pantallas». Lo que debemos hacer es ayudar a las familias a gestionar el uso de los dispositivos digitales y educarlas en este sentido. Es necesario que ayudemos al niño y al adolescente a estructurar su tiempo de ocio, y que el tiempo de pantallas esté equilibrado con tiempo libre de pantallas y priorizando las actividades artísticas y deportivas que le gusten. También es necesario que las personas adultas hagamos una reflexión sobre nuestro uso de los dispositivos digitales, por nuestra salud mental y física, pero también porque tiene más incidencia qué hacemos que qué les decimos a nuestros hijos y hijas.  

En ningún caso estamos demonizando las tecnologías. Los niños pueden estar mirando contenidos adecuados a su edad, acompañados y con una aproximación progresiva. Pero lo que sabemos es que la sobreexposición a las pantallas está pasando factura en el ámbito cognitivo, en la salud emocional y en el desarrollo físico de niños y adolescentes».

Considero que he aprendido algo después de leer este contenido.
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Este contenido no sustituye la labor de los equipos profesionales de la salud. Si piensas que necesitas ayuda, consulta con tu profesional de referencia.
Publicación: 15 de Mayo de 2023
Última modificación: 16 de Noviembre de 2023

La doctora Dominica Díez ha convertido su larga experiencia en la atención precoz de los niños y en las adicciones comportamentales de adolescentes y jóvenes en una responsabilidad personal de divulgar y sensibilizar sobre los riesgos que supone la exposición continuada a las pantallas durante la primera infancia, de cero a seis años. Con este propósito ha impulsado, junto con profesionales de diversos ámbitos, el Manifiesto sobre el uso de las pantallas para promover un desarrollo saludable en la primera infancia, un documento que propone medidas para proteger a nuestros hijos e hijas de los móviles, las tabletas, los ordenadores y los televisores durante los primeros años de vida.  

Alejada de discursos alarmistas o de tendencias demonizadoras de la tecnología, Díez cree que la mejor manera de hacer prevención es informando a las familias sobre los efectos reales que la sobreexposición a las pantallas produce en el ámbito cognitivo, en la salud emocional y en el desarrollo físico de sus niños. A partir de aquí, hay mucho trabajo por hacer, y debemos esforzarnos todos si queremos preservar una infancia que juega, que imagina, que aprende, que tiene capacidad de afrontar las situaciones adversas de la vida y que se desarrolla de manera sana.